20 de Noviembre de 1845 – Combate de la Vuelta de Obligado

En esta casi ignota acción bélica, se batieron honrosamente en defensa del honor y la soberanía de la Patria las fuerzas de la Confederación Argentina al mando del General Lucio Mansilla, contra las fuerzas coaligadas del imperialismo anglo-francés. Las tropas argentinas trataron de impedir el paso de la escuadra anglo-francesa, que pretendía forzar la posición y navegar los ríos interiores a los efectos de: practicar el comercio directo con las poblaciones ribereñas y, especialmente, abrir una vía mercantil con el Paraguay; los unitarios acompañaron la empresa extranjera, obnubilados por su odio a Rosas y buscando su caída y asegurándole a los invasores que serían recibidos como libertadores: nada más lejos de la realidad.
La empresa neocolonial fue un fiasco total ya que si bien triunfaron por la superioridad de las armas en Obligado, no se cristalizó el objetivo principal que era comercial, y en cuanto a Rosas, el heroísmo de sus tropas incrementó su prestigio no sólo en Argentina sino que, especialmente, en las grandes capitales europeas y americanas.
En 1975, la fecha fue designada oficialmente como “Día de la Soberanía Nacional” como paradigma de amor a la Patria y en homenaje a ese grupo de bravos que defendieron su tierra hasta quedar sin municiones y hasta perder la vida. Con sus jefes a la cabeza, como debe ser, muchos de ellos heridos en esa acción.


Días previos


En conocimiento de que se estaba preparando un convoy comercial para remontar el Paraná, hasta Corrientes y Paraguay, custodiado por naves de guerra, Rosas ordena romper relaciones con Francia e Inglaterra, el día 17 de Septiembre. Al día siguiente, y alegando absurdas razones, los representantes imperialistas declaran el bloqueo de todos los puertos argentinos. Obligado estaba cada vez más cerca y la opinión pública acompañaba a Rosas en la Empresa. Desde Francia el General San Martín ofrecía sus servicios en defensa de la independencia amenazada.

En la costa norte de Buenos Aires, el río Paraná forma un recodo, cuya extremidad saliente se conoce como la “punta o vuelta de Obligado”. Por allí debían necesariamente pasar las escuadras invasoras para llegar a Corrientes. En ese punto levantó sus principales baterías el jefe del departamento del Norte, General Lucio Mansilla, quién, además, hizo tender de costa a costa, tres gruesas cadenas montadas sobre 24 lanchones fondeados en mitad del río.

En la ribera derecha montó cuatro baterías; la 1a. con 6 cañones llamada “Restaurador Rosas” era comandada por el Ayudante Mayor de Marina Álvaro Alsogaray (bisabuelo del inefable capitán, ingeniero y economista); la 2a. con 5 cañones, llamada “Gral. Brown”, era mandada por el teniente Eduardo Brown (hijo del famoso Almirante); la 3a. que se llamaba “Gral. Mansilla”, constaba de 3 cañones al mando de Felipe Palacio; y la 4a. llamada “Manuelita”, tenía 7 cañones de marina y era comandada por el Tte. Cnel. de artillería Juan Bautista Thorne, que se inmortalizaría como el “sordo de Obligado” a causa de las heridas recibidas, que no sólo le costaron la movilidad de un brazo, sino también la sordera para toda la vida. Servían estas baterías 160 artilleros y 60 de reserva, guarnecían a estos, en 1a. línea 500 milicianos de infantería al mando del Cnel. Ramón Rodríguez; a la izquierda de éste cuatro pequeños cañones dirigidos por el Teniente José Serezo; casi en el centro 100 milicianos mandados por el Teniente Juan Gainza; en el centro mismo 200 milicianos del Norte comandados por el Tte. Cnel. Manuel Virto; al extremo izquierdo, 200 milicianos de San Nicolás al mando del comandante Luis Barreda y en su flanco dos pequeños cañones a cargo del Tte. Cnel. Laureano Anzoátegui y del Cap. de Marina Santiago Maurice. De reserva, a 100 pasos, apostados entre un monte, 600 infantes y dos escuadrones de caballería al mando del Ayudante Julián del Río y del Teniente Facundo Quiroga (hijo del “Tigre de los llanos”); todos bajo las órdenes del Cnel. José M. Cortina; a retaguardia de esta fuerza los jueces de paz de San Pedro, Baradero y de San Antonio con 300 vecinos del lugar, conjuntamente con la escolta del Gral. Mansilla, integrada por 70 hombres a cargo del Tte. Cruz Cañete. A todo esto hay que agregar la participación de la única embarcación que era el bergantín “Republicano” con 6 pequeños cañones, capitaneada por Tomás Craig.
Como vemos un cuerpo bastante heterogéneo integrado por poco más de 2000 hombres, que en general tenían cañones anticuados y de muy bajo calibre y sin suficientes municiones.

El 19 de Noviembre, el Gral. Mansilla practicó el reconocimiento de la armada adversaria que arrojó el siguiente resultado:

Escuadra Inglesa: Fragata a vapor “Gorgon”, buque insignia, comandada por el jefe de la expedición, Sir Charles Hotham; Fragata a vapor “Firebrand” por J. Hope; Corbeta de vela “Cadmus” por Inglefield; Bergantín “Philomel” por Sullivan; Bergantín “Dolphin” por Leringe; Bergantín “Fanny” por Key.

Escuadra Francesa: Bergantín “San Martín” (apresado a la escuadrilla argentina) con la insignia del comandante en jefe Trethouart; Vapor “Fulton” comandado por Mazieres; Corbeta “Expeditive” por De Miniac; Bergantín “Pandour” por Du Paie; Bergantín-goleta “Procide” por De La Riviere.

En total once buques con 99 cañones de grueso calibre y de los cuales 35 eran de sistema Paixhans, de bala con espoleta y explosivos, que causaban verdaderos estragos al estallar, por la cantidad de esquirlas que desparramaban.


La Batalla


A las 8:30 hs., aproximadamente, del 20 de Noviembre de 1845, echa a andar la escuadra enemiga... Mansilla expide su proclama, en cuyas partes fundamentales, sostiene:

“¡Vedlos camaradas, allí los tenéis!... Considerad el tamaño del insulto que vienen haciendo a la soberanía de nuestra patria, al navegar las aguas de un río que corre por el territorio de nuestra República, sin más título que la fuerza con que se creen poderosos. ¡Pero se engañan esos miserables, aquí no lo serán!...
¿No es verdad, camaradas? ¡Vamos a probarlo! ¡Suena ya el cañón! Ya no hay paz con Francia ni con Inglaterra! ¡Mueran los enemigos! Tremóle en el río Paraná y en sus costas el pabellón azul y blanco, y muramos todos antes de verlo bajar de donde flamea...”

A las 9 de la mañana, la vanguardia anglo-francesa rompe el fuego... La banda del batallón Patricios de Buenos Aires hace oír los sones del himno nacional argentino... El Gral. Mansilla, de pie sobre el merlón de la batería No.1, invita a sus soldados a dar el grito de ¡Viva la Patria!

Las bajas argentinas resultaron cuantiosas, dado el heroísmo puesto de manifiesto: 250 muertos y 400 heridos sobre 2160 combatientes; los 21 cañones cayeron en poder del enemigo que los echó al agua o se llevó de recuerdo a los de bronce añejo, como reliquia que eran; fueron capturadas sólo algunas banderolas, ya que la bandera de Obligado fue destruida por el fuego; se incendiaron los lanchones que sostenían las cadenas y también se perdió el bergantín “Republicano”.
Los aliados perdieron 150 hombres y quedaron con serias averías los buques “San Martín”, “Pandour”, “Dolphin” y el “Fulton” que los obligaron a quedarse inmovilizados varios días para su reparación.

A pesar de la masacre perpetrada por el invasor y no obstante haber forzado el paso, ingleses y franceses, a la postre, cosecharon un grave revés en Obligado. Llegaron con su escuadra hasta Paraguay, pero no lograron el objetivo de abrir al libre comercio la zona. Tuvieron graves problemas para evacuar el Paraná, porque los argentinos los siguieron hostigando desde las costas. Tampoco pudieron desestabilizar a Rosas que, por el contrario, cosechó loas en todo el orbe por esa acción, incluyendo el importante reconocimiento del Libertador José de San Martín, que en su testamento lega el sable corvo, que lo acompañó en toda su campaña, a Juan Manuel de Rosas[1].
Los ecos de esta batalla repercutieron en la prensa de toda América, incluso Chile y Brasil cambiaron de opinión con respecto al gobierno de la Confederación. Por último señalemos la impactante actitud del artillero unitario Martiniano Chilavert: desde Río Grande escribe a Oribe (Jefe de la Banda Oriental) ofreciendo sus servicios para colaborar en el ejército de la patria, con estas emocionadas palabras:

“El estruendo del cañón de Obligado resonó en mi corazón, desde este instante un sólo deseo me anima: el de servir a mi Patria en esa lucha de justicia y de gloria.”


Los intereses y los resultados


En enero de 1845, Rosas, en conflicto con Paraguay y Corrientes (el primero todavía argentino de jure), prohibió la comunicación fluvial con esas regiones. A mediados de año, Gore Ouseley y el Barón Deffaudis, pleniponteciarios de Inglaterra y Francia, plantearon a Rosas una serie de proposiciones que incluían entre otras, la no intervención Argentina a favor de Oribe, Presidente legítimo del Uruguay, y la libre navegación de los ríos.
Estas proposiciones fueron el ultimátum de una largamente preparada coalición internacional contra la Argentina, en la cual tomaban parte, además de Inglaterra y Francia, (cuyos sueños coloniales han quedado perfectamente documentados), el Brasil, el partido riverista uruguayo y los infaltables unitarios de la Comisión Argentina.

Plantear esas cuestiones a un hombre como Rosas, significaba la guerra, no otra cosa buscaban los coaligados. Y la guerra estalló: “El gobierno continuará expidiéndose en este grave asunto con la firmeza y dignidad con que ha procedido en sostén del honor e independencia de la Confederación”, hizo saber la Junta de Representantes a los Ministros extranjeros, aprobando la conducta enérgica del Gobernador.
Gore Ouseley y Deffaudis declararon por sí la libre navegación del Paraná –resucitando, claro está, los precedentes de 1825 y 1828– e hicieron marchar agua arriba a los buques mercantes, bajo la protección de la escuadra anglo-francesa. ¿Qué podría hacer la debilitada y bárbara Confederación contra las dos naciones más poderosas del siglo XIX? Lo único que hizo: darles una lección de coraje criollo. Y ocurrió el magnífico episodio de la Vuelta de Obligado, y la derrota anglo-francesa de Quebracho. Resultado: que Francia e Inglaterra comprendiendo que la aventura colonial en el Plata no era tan fácil como la habían pintado Florencio Varela y sus unitarios, abandonaron a sus aliados a la buena suerte, y firmaron la paz, obligándose ante Rosas a desagraviar el pabellón argentino, y a reconocer formalmente la soberanía Argentina del Paraná. (Art. 4º de la Convención de Paz de 1850: “El Gobierno de S. M. B. reconoce ser la navegación del Río Paraná una navegación interior de la Confederación Argentina, etc.”; misma redacción en el Art. 6º del Tratado con Francia).

Poco después de la Vuelta de Obligado, Lord Aberdeen, también había reconocido formalmente en el Parlamento inglés, la soberanía Argentina sobre el Paraná. A una pregunta de Lord Beaumont, contestaba en la sesión del 19 de febrero de 1846: “No podemos pretender ese derecho (la libre navegación): las orillas del río Paraná se encuentran en territorio argentino, y esa pretensión sería contraria a nuestra práctica universal y al principio de las naciones.”

Sobre la libre navegación de los ríos interiores:

VENTAJAS E INCONVENIENTES ECONÓMICOS DE LA LIBRE NAVEGACIÓN

“No puede haber seguridad para el extranjero mientras se le fuerce a navegar con sus mercaderías bajo la bandera de Rosas (es decir, la Argentina)”, decía Varela el 22 de octubre de 1845. “Hacerlos (a los ríos) del dominio exclusivo de nuestras banderas indigentes y pobres es como tenerlos sin navegación... Para que los ríos cumplan el destino que han recibido de Dios, poblando el interior del continente, es necesario entregarlos a la ley de los mares, es decir, a la libertad absoluta”, agregaba Alberdi (“Bases…”).
Pero el control de la navegación, que es lo que quería Rosas, y de lo que no puede desprenderse ninguna nación sin renunciar al dominio eminente de los ríos, no significa la no-navegación, como parecen entenderlo Varela y Alberdi. No hubo necesidad de regalar el Paraná para que fuese navegable, como no había necesidad de renunciar a las tarifas aduaneras para admitir la importación, ni al control ferroviario para que se construyeran ferrocarriles y medios de comunicación, ni a la soberanía de la tierra para poblar con inmigrantes una colonia.
Alberdi soñaba que la libre navegación, traería porque sí a todo el comercio del mundo. “Sobre las márgenes pintorescas del Bermejo, levantará algún día la gratitud nacional un monumento en que se lea: - Al Congreso de 1852, libertador de las aguas, la posteridad reconocida -” decía con inmenso optimismo en la pág. 54 de las Bases.
Pero la libre navegación no nos benefició económicamente en nada, porque el comercio no llegó atraído por la libertad de navegar sino por la posibilidad de comerciar. En cambio nos perjudicó: 1º) Impidiendo el desarrollo de una buena marina Argentina de cabotaje; 2º) Haciéndonos perder el derecho aduanero a las mercaderías en tránsito para Paraguay y Bolivia; 3º) Impidiendo que por medio de una acertada política económica, tuviéramos a disposición de nuestros productos los mercados de Paraguay y Matto Groso; 4º) Favoreciendo el contrabando (de mercaderías y de personas), desembarcados fácilmente en las costas del medio y alto Paraná, etc.


Repercusiones


Y producida la agresión, San Martín denuncia el atropello del 20 de Noviembre de 1845 en carta a Tomás Guido:

“... es inconcebible que las dos naciones más grandes del universo se hayan unido para cometer la mayor y más injusta agresión que puede cometerse contra un Estado independiente: no hay más que leer el manifiesto hecho por el enviado inglés y francés para convencer al más parcial, de la atroz injusticia con que han procedido: ¡La humanidad!... Y se atreven a invocarla los que han permitido –por espacio de cuatro años– derramar la sangre y cuando ya la guerra había cesado por falta de enemigos, se interponen no ya para evitar males, sino para prolongarlos por un tiempo indefinido: usted sabe que yo no pertenezco a ningún partido; me equivoco, yo soy del Partido Americano, así que no puedo mirar sin el mayor sentimiento los insultos que se hacen a la América. Ahora más que nunca siento que el estado deplorable de mi salud no me permita ir a tomar parte activa en defensa de los derechos sagrados de nuestra Patria, derechos que los demás estados Americanos se arrepentirán de no haber defendido por lo menos protestado contra toda intervención de Estados Europeos...”

San Martín, físicamente impedido de actuar directamente en la contienda, lo haría contundentemente a través de la pluma, con su indiscutible inteligencia.

Jorge Federico Dickson, prominente comerciante inglés, conocedor de la inteligencia del Libertador, le dirige una carta requiriendo su opinión sobre la intervención. San Martín, sin pérdida de tiempo le responde el 28 de Diciembre de 1845 con un brillante análisis:

“Señor de todo mi aprecio: se me ha hecho saber los deseos de Ud. relativos a conocer mi opinión sobre la actual intervención de Inglaterra y Francia en la República Argentina; no sólo me presto gustoso a satisfacerlo sino que lo haré con la franqueza de mi carácter y la más absoluta imparcialidad.
No creo oportuno entrar a investigar la justicia o la injusticia de la citada intervención, como los perjuicios que de ello resultarán a los súbditos de ambas naciones con la paralización de las relaciones comerciales, igualmente de la alarma y desconfianza que habrá producido en los Estados Sudamericanos; sólo me ceñiré a demostrar si las dos naciones interventoras conseguirán por lo medios coercitivos que han empleado el objeto que se han propuesto, es decir, la pacificación de las riberas del Plata; según mi íntima convicción, desde ahora diré a Ud. no lo conseguirán; por el contrario, la marcha seguida... no hará otra cosa que prolongar por un tiempo indefinido, males que tratan de evitar... Me explicaré... bien es sabida la firmeza del carácter del Jefe que preside la República Argentina; nadie ignora el ascendiente que posee en la basta campaña y resto de las demás campañas de las provincias interiores y, aunque no dudo que en la capital tenga un gran número de enemigos personales, estoy convencido que, bien sea por orgullo nacional, o bien por la prevención de los españoles contra el extranjero... la totalidad se le unirá y tomarán parte activa en la contienda... Si las dos potencias en cuestión quieren llevar más adelante sus hostilidades, es decir declarar la guerra, yo no dudo que se apoderen de Buenos Aires (sin embargo la toma de una ciudad decidida a defenderse, es una de las operaciones más difíciles de la guerra) pero aún en este caso estoy convencido que no podrán sostenerse por mucho tiempo en la capital... El primer alimento, o por mejor decir el único, es la carne, y es sabido con qué facilidad pueden retirarse todos los ganados en pocos días a muchas leguas de distancia, igualmente que todas las caballadas y todo medio de transporte, en una palabra, formar un desierto dilatado imposible de ser atravesado por una fuerza europea, la que correría tanto más peligro cuanto mayor sea su número... En conclusión, con siete u ocho mil hombres de caballería... fuerza que con gran facilidad puede sostener el general Rosas, son suficientes para tener en un cerrado bloqueo terrestre a Buenos Aires, sino también impedir que un ejército europeo de veinte mil hombres salga a más de treinta leguas de la capital sin exponerse a una ruina completa por la falta de recursos, tal es mi opinión y la experiencia lo demostrará a menos (como es de esperar) que el nuevo ministro inglés no cambie la política seguida por el precedente.”


Juan Manuel de Rosas


“Su fama en el Plata en manos de brasileros
Privilegio del rico es poder dejarse robar
Rosas se calla y sonríe los días enteros:
“Por no dar explicaciones Cristo se dejó matar”.

Su obra estaba hecha, su rescate pagado
Terminado su arreo rudo
Había hecho lo que estaba mandado
No todo, sino lo que pudo.”


Pensamiento del General San Martín sobre el Brigadier General ROSAS: “Jamás he dudado que nuestra Patria tuviese que avergonzarse de ninguna concesión humillante presidiendo usted sus destinos.” En carta a J. M. ROSAS, 2 de noviembre de 1848

San Martín, sobre los unitarios: “… pero lo que no puedo concebir es el que haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero para humillar su patria y reducirla a una condición peor que la sufrimos en tiempo de la dominación española; una tal felonía ni el sepulcro la puede hacer desaparecer.” En carta a Juan Manuel de Rosas, 10 de junio de 1839.

Finalmente, José Francisco de San Martín (1778-1850) se despide de ROSAS a través de los párrafos de su última carta del 6 de mayo de 1850, desde Boulogne Sur Mer (Bolonia sobre el Mar), tres meses y once días antes de fallecer:

“… como argentino me llena de un verdadero orgullo al ver la prosperidad, la paz interior, el orden, y el honor, restablecidos en nuestra querida patria, y todos esos progresos efectuados en medio de circunstancias tan difíciles en que pocos estados se habrán hallado. Por tantos bienes realizados yo felicito a Ud. sinceramente como igualmente a toda la Confederación Argentina. Que goce Ud. de salud completa y que al terminar su vida pública sea colmado del justo reconocimiento de todo argentino. Son los votos que hace y hará siempre a favor de Ud. éste su apasionado amigo y compatriota. Q.B.S.M. (Que Besa Sus Manos).”

Firmado Don José de SAN MARTÍN


Anecdóticos


Al General PERÓN dirigió una nota el Instituto J. M. ROSAS

“AL EXCMO. SEÑOR PRESIDENTE DE LA NACIÓN, GENERAL D. JUAN PERÓN
S/D.

Los abajo firmantes, en nombre y representación del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, se dirigen respetuosamente a V. E. para solicitarle sea oficialmente declarado “DÍA DE LA SOBERANÍA NACIONAL” el 20 de Noviembre, aniversario del combate de Obligado.

Por su naturaleza y magnitud la celebración de ese glorioso acontecimiento histórico, se presta como ninguno para reafirmar, año tras año, la irrevocable vocación y la inquebrantable voluntad argentina de soberanía.

En efecto, por primera vez y hasta entonces, la República legalmente constituida y reconocida, debía hacer frente, con las armas en las manos, al impúdico ataque de las dos más poderosas potencias del orbe. El imperialismo, que ya mostraba sus garras codiciosas, no había perfeccionado los matices para tratar de justificar sutilmente su injustificable intromisión y aunque ya se valía de traidores y sobornaba voluntades, no se preocupaba por disfrazar el brutal atropello que realizaba con sus fuerzas y sus banderas.

La acción de Obligado, por su importancia y por su simbolismo es un hecho cumbre de esa contienda, que el Libertador SAN MARTÍN calificara con justicia al afirmar era “de tanta trascendencia como la de nuestra emancipación de la España”.

Frente a la abrumadora desproporción de los elementos de combate, cierra el paso del río una vieja cadena. Un día entero de lucha hasta agotar las municiones, sin esperanza de victoria, son testimonio evidente del coraje argentino. Es que saben nuestros hombres que por encima del triunfo o de la derrota, está la causa por la que se lucha que en este caso, por ser santamente justa, es invencible.

El eco glorioso de los cañones de Obligado, resonando en las aguas argentinas del Paraná es poderoso incentivo para concitar a nuestras juventudes en la fervorosa recordación de nuestro pasado para defensa de nuestro porvenir.

Hacemos este pedido a un gobierno que ha hecho de la soberanía política uno de sus victoriosos objetivos, porque creemos que al honrar la memoria de los que regaron con su generosa sangre criolla los campos de OBLIGADO, uniendo su recuerdo a la exaltación de nuestro sentimiento de Soberanía se concretaría el homenaje que la Nación aun le debe a esos héroes…”


Del “Manual de zonceras argentinas”, de Arturo Jauretche:


“La libre navegación de los ríos

Esta es una zoncera [que] funciona como si se asentara en los libros colocando en el Debe lo que corresponde al Haber, y en el Haber lo que es del Debe.
Es la primera zoncera que descubrí en las entretelas de mi pensamiento y con ello quiero demostrar una vez más que “anche ìo sonno pittore”, es decir zonzo, por lo que me las sigo buscando mientras lo invito a usted a la misma tarea.
En la escuela primaria no era de los peores alumnos y contaba con cierta facilidad de palabra, motivos por los que frecuentemente fui orador de los festejos patrios. En uno de esos había bajado ya de la tarima, pero no de la vanidad provocada por los aplausos y felicitaciones, cuando mi satisfacción empezó a ser corroída por un gusanillo.
Entre las muchas glorias argentinas que había enumerado estaba esta de la libre navegación de los ríos, y en ella empezó a comer el tal gusanito.
El muy canalla –tal lo creí entonces- me planteó su interrogante, tal vez aprovechando lo vermiforme del signo:
- “¿De quién libertamos los ríos?”
Y en seguida, como yo quedaba perplejo, agregó la respuesta:
- “De nosotros mismos ¡Je, je, je!” – agregó burlonamente.
- “¿De manera que los ríos los libertamos de nuestro propio dominio?” – pensé yo de inmediato, ya puesto en el disparadero por el gusano. Y continué: “Pero entonces, si no eran ajenos sino nuestros, y los libertamos nosotros mismos, ¿se trata sencillamente de que los perdimos?”
Busqué entonces algunos datos y resultó que era así: la libertad de los ríos nos había sido impuesta después de una larga lucha en la que intervinieron Francia, Inglaterra y el Imperio [del Brasil]. Y en lo que no se había podido imponer por las armas en Obligado, en Martín García, en Tonelero, por los imperios más poderosos de la tierra, fue concedido –como parte del precio por la ayuda extranjera- por los libertadores argentinos que aliados con el Brasil vencieron en el campo de Caseros y en los tratados subsiguientes.
Entonces me pregunté qué habrían hecho los norteamericanos si alguien les hubiera impuesto liberar el Mississippi. Y los ingleses de haberle ocurrido eso con el Támesis. O los alemanes en el caso con el Elba o los franceses con el Ródano. Y ahora pienso en Egipto con el Nilo, y así, hasta no acabar.
Se me ocurre que hablarían de la pérdida del dominio de sus ríos y que lógicamente en lugar, como nosotros, de convertir en triunfo esa liberación y darse corte con ella, habríanse dolido de esa derrota y hecho bandera del deber patriótico de retomar su dominio.
Los mismos brasileños que tanto hicieron por la “libertad” de nuestros ríos, tienen una tesis distinta cuando se trata de los ríos de ellos, aun cuando esos ríos sean el acceso marítimo a otros países. En el caso del Amazonas, sostienen la tesis inversa a la que sostuvieron en el Plata y mantienen celosamente su dominio porque entienden que “su navegación es cosa que rige el que controla su cauce inferior”.
Y esto no significa obstaculizar la navegación de los que están en el curso superior. Pero se trata de conceder a los que están en el curso superior ventajas lógicas, convenidas, producto del acuerdo entre los ribereños, cosa muy distinta a la renuncia de la soberanía como en el caso de la proclamada libre navegación, “urbi et orbi”, que es la pérdida del dominio de cada uno en la parte que le corresponde. Con los que se ve que la mentida “libertad” que significa nuestra pérdida no es siquiera la determinada por el común uso y vecindad, sino una disposición en beneficio de las banderas imperiales ultramarinas y en perjuicio de la formación de una propia creación náutica.
También para eso se impuso al Paraguay la libre navegación después de la guerra de la Triple Alianza, porque todo es un complemento del pensamiento de los Apóstoles de Manchester […]
La-libre-navegación de los ríos fue una derrota argentina que nos presenta… ¡como una victoria! Y encima nos enseñan a babearnos de satisfacción y darnos corte, como vencedores, allí, justamente donde fuimos derrotados.
¿Comprenderéis ahora por qué se oculta la Vuelta de Obligado donde, a pesar de la derrota impusimos nuestra soberanía sobre los ríos, y se celebra, en cambio, Caseros, donde dicen fuimos vencedores, y la perdimos?
[…]”

Cita al pie: “conforme al convenio así firmado, después de Caseros se dicta el decreto del 3 de Octubre de 1852: “La navegación de los ríos Paraná y Uruguay será permitida a todo buque mercante, cualquiera sea su nacionalidad, procedencia o tonelaje… lo mismo que la entrada inofensiva de los buques de guerra extranjeros…
Comparad todo esto con los resultados que obtuvo Juan Manuel de Rosas en la heroica defensa de nuestros ríos. En la Convención Arana-Southern, entre Gran Bretaña y la Confederación Argentina firmada en Buenos Aires el 24 de Noviembre de 1849 y en la Convención Arana-Lepradour, entre Francia y la confederación Argentina firmada en Buenos Aires el 31 de Agosto de 1850, se reconoce: “Ser la navegación del río Paraná una navegación interior de la Confederación Argentina, sujeta solamente a sus reglas y reglamentos; lo mismo que la del río Uruguay, en común con el Estado Oriental.” […] Con la lógica de las zonceras el resultado obtenido por Rosas fue una derrota: el obtenido por los vencedores de Caseros, una victoria. Así se enseña.”

“Les he dicho todo esto,
Pero pienso que pa’ nada,
Porque a la gente azonzada
No la curan con consejos;
Cuando muere el zonzo viejo
Queda la zonza preñada.” (Arturo Jauretche)


Del “Descubrimiento de la Patria”, de Leopoldo Marechal


“La Patria es un peligro que florece:
Niña y tentada por su hermoso viento,
Necesario es vestirla con metales de guerra
Y calzarla de acero para el baile
Del laurel y la muerte.

/…/

No sólo hay que forjar el riñón de la Patria,
Sus costillas de barro, su frente de hormigón:
Es urgente poblar su costado de Arriba,
Soplarle en la nariz el ciclón de los dioses:
La Patria debe ser una provincia
De la tierra y del cielo.

/…/

Todavía no es tiempo:
No es el año ni el siglo ni la edad.
La niñez de la Patria jugará todavía
Más allá de tu muerte…

/…/

La Patria no ha de ser para nosotros
Nada más que una hija y un miedo inevitable,
Y un dolor que se lleva en el costado
Sin palabra ni grito.”

De la “Didáctica de la Patria”, de Leopoldo Marechal


“El nombre de tu Patria viene de argentum. ¡Mira
Que al recibir un nombre se recibe un destino!
En su metal simbólico la plata
Es el noble reflejo del oro principial.
Hazte de plata y espejea el oro
Que se da en las alturas,
Y verdaderamente serás un argentino.

/…/

Hazte pilar, y sostendrás un día
La construcción aérea de la Patria.

/…/

Hazte carozo de la Patria en ti mismo,
Y otros verán arriba la manzana que prometiste abajo.

/…/

Somos un pueblo de recién venidos.
Y has de saber que un pueblo se realiza tan sólo
Cuando traza la Cruz en su esfera durable.
La Cruz tiene dos líneas: ¿cómo las traza un pueblo?
Con la marcha fogosa de sus héroes abajo
(tal es la horizontal)
Y la levitación de sus santos arriba
(tal es la vertical de una cruz bien lograda).”



[1] Dice en su testamento el General San Martín: “El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la Independencia de la América del Sud, le será entregado al general de la República Argentina Don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de la satisfacción que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretenciones de los extranjeros que trataban de humillarla.”

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